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Un Soplo

No sólo soplan en Venecia la tramontana, el lebeche, el mistral o el siroco; también hay otros vientos a los que nadie se ha preocupado de ponerles nombre porque son pequeños y antojadizos: inquietos pájaros de aire que tan pronto van en una dirección como en otra. En la calle en la que vivía Gianbattista Zorzi, en la Giudecca, se había avecindado entre las grietas de una casa ruinosa uno de estos vientos menudos. Gianbattista lo sabía porque cada vez que pasaba por delante del edificio notaba una corriente fría que le obligaba a envolverse en la capa. Gianbattista Zorzi llevaba meses planeando fugarse con una enamorada suya que era profesa en el convento de las benedictinas de Santa Ana. Lo tenía todo preparado, incluso había adelantado medio cequí a un gondolero para que el día de la huida les estuviera esperando escondido bajo el puente que había junto al convento. Lo único que quedaba era hacerle llegar el plan a la monja, para que estuviese apercibida cuando llegase el mo

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